Soledad

 

Adultos que fingen ser adultos

Por Sara Castañeda


Esta columna va especialmente dirigida a esos adultos jóvenes que se independizaron y que ahora se dedican a trabajar para ellos mismos, a esos padres y madres solteras que dedican el día entero a cuidar y mantener a sus hijos, y sobre todo a esos universitarios foráneos que se alejaron de sus familias para cumplir un sueño profesional y que, aunque a veces resulta divertido, también los lleva a una vida solitaria.

La soledad es un arma de doble filo, tiene sus pros y sus contras, empecemos hablando por las cosas buenas; tener independencia de tu familia, específicamente de los padres, te otorga cierta libertad y a ellos les quita autoridad, serás totalmente responsable de hacer y decidir lo que quieras para tu vida; podrás salir a la hora que quieras y con quien quieras; alcoholizarte, fumar e incluso drogarte (no se droguen); podrás consumir todas las calorías que quieras; literalmente tu vida irá a tu ritmo y a tu manera.

Ahora bien, estar solo 24 horas al día y 7 días a la semana no es tan cool como parece, ¿te imaginas comer solo todos los días?, realmente es bastante triste, tener que cocinarte, comprar todas las cosas necesarias para sobrevivir, pagar impuestos y encargarte de todas las cuentas, perder un poco de tu vida social por volverte “am@ de casa”, súmale eso a trabajar por un salario mínimo, estudiar y cumplir con todas tus tareas y ya por pura casualidad tener una relación la cual merece atención, tiempo y cariño.

Y sabemos que no hay que depender de ninguna persona para sobrevivir, hay que aprender a estar bien solo, a pasar tiempo contigo mismo y sentir paz en nuestra soledad. Pero vivir una soledad total, no es 100% sano. Ahí tenemos los claros ejemplos de las personas en naufragio, que enloquecen por el exceso de tiempo solos o los que son encerrados en los psiquiatras, los vigilantes de la morgue…

Valientes todos aquellos que están pasando por un momento de soledad, es complicado, pero también es parte de la vida y más vale aceptarlo para poder madurar.

 

Autor: Sara Gabriela Castañeda Ahuatzin

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